La otra Olimpia

La otra Olimpia

El gran acto de apertura de los XXIX Juegos Olímpicos de la era moderna el 08.08.08 en el flamante estadio de Beijing, fue en realidad el colofón de una larga carrera de maratón. Antes de empezar las competencias en pos de récords mundiales, goles, puntos y medallas doradas, había tenido lugar en China en general, y en Beijing en particular, otra olimpiada mucho más grande, compleja y de muy largo alcance: la de los preparativos.

China | 07 de marzo de 2009
Lalo de la Vega

El cálculo los dirigentes chinos era muy simple: China tenía que resplandecer en todo el orbe, y los juegos son la mejor oportunidad para presentarse en bandeja de plata ante el resto del planeta. Era tal la importancia del evento para el Partido Comunista Chino (PCCh) que el costo de los juegos, un show de superlativos para ser transmitido a todo el planeta, se calcula en más de 40 billones de dólares. Con un gigantesco despliegue de pizarras humanas, efectos especiales y enormes coreografías, las ceremonias de apertura y clausura fueron, sin duda, una de las acciones propagandísticas más caras y espectaculares de todos los tiempos. Cuando aterricé en la capital china, dos meses antes de la olimpiada, ya la urbe era un colosal hormiguero limpiando sus vías para la cita magna del deporte mundial. Había que crear una nueva Olimpia del siglo XXI, asiática, novedosa y ultramoderna. No sabría decir si lo que empujaba aquel increíble maratón preparatorio era el espíritu olímpico, el orgullo nacional, el gran despliegue propagandístico o los enormes recursos invertidos por el gobierno. En todo caso, encontré una ebullición de obras constructivas en fase terminal, coronadas por un bosque de grúas. La laboriosidad de los asiáticos se combinaba con la creatividad de los arquitectos occidentales, que vieron los cielos abiertos al recibir jugosos presupuestos para realizar sin restricciones sus más atrevidos proyectos. Los nuevos edificios debían ser impactantes, costara lo que costara. Y esos esfuerzos dieron su fruto. Muy cerca de la plaza del Tiantamen, justo detrás del Palacio del Pueblo, donde se celebran los congresos del PCCh, pude admirar el ultramoderno Teatro Nacional, un proyecto francés en forma de un enorme ?huevo? que refleja su cúpula de cristal, titanio y concreto en medio de un lago artificial. En el cielo de Beijing se alza ahora un edificio inconfundible, aún no terminado, diseñado y ejecutado por una empresa germano-holandesa. Es la nueva central de la TV china, donde dos torres inclinadas y asimétricas se unen a partir del piso 35 mediante una ?L? en el aire, todo un escándalo arquitectónico por lo atrevido de sus formas.En la lista de maravillas de la arquitectura occidental en suelo chino también hay que incluir la nueva terminal del aeropuerto internacional, que tanto me impresionó a mi llegada, concebida por el británico Lord Norman Foster, y numerosos rascacielos de oficinas diseñados por firmas norteamericanas. Durante mi visita no se permitía caminar libremente por el predio olímpico, pero sí pude admirar de cerca el inconfundible Estadio Nacional, ya mundialmente conocido como el ?nido de pájaros?, construido a un costo de 300 millones de euros por dos arquitectos suizos. Quedé perplejo al ver lo ligero y suave que parece, pese a que su estructura está formada por enormes vigas de acero retorcidas que pesan varios cientos de toneladas cada una.Junto al estadio, exhibía sus formas ultramodernas el no menos carismático Centro Nacional de Natación, que todos llaman la ?caja de agua?. Tuve la suerte de visitar el Parque Olímpico durante el atardecer para ver como las ?gotas de agua? de las paredes -realmente son bolsas de aire de un folio especial- cambiaban de color con el sistema de iluminación, que según sus creadores australianos, puede alcanzar 1670 tonalidades diferentes. Mientras tanto un ejército de jardineros trabajaba día y noche para completar las áreas verdes del extenso parque, que también incluye otras ocho instalaciones para las competencias de Arco y flecha, tenis, jockey, gimnástica, balonmano, y esgrima, entre otros deportes. La ?Flor de Loto?, el estadio para los juegos de tenis, demuestra también gran innovación arquitectónica. Con la Villa Olímpica ocurre otro tanto. Sus apartamentos, con todas las comodidades imaginables del mundo moderno, ya estaban vendidos a precios astronómicos desde principios del 2008, aunque los nuevos dueños no puedan ocupar las habitaciones hasta después de los Juegos Paraolímpicos en septiembre. Incluso los viejos monumentos chinos, como el gran Palacio Imperial, el Palacio de Verano y otros templos milenarios, se beneficiaron del maratón olímpico. En la Ciudad Sagrada pude observar los trabajos de renovación de los templos, donde las últimas técnicas de restauración le dan un esplendor que quizás no conocieran ni siquiera durante la época de los emperadores. Por paradójico que parezca, desde el punto de vista urbanístico, Beijing les debe su aire moderno precisamente a los viejos emperadores. Ellos dispusieron que, al igual que el Palacio Imperial, todas las calles de la ciudad fueran trazadas a cordel de norte a sur y de este a oeste. El resultado es un enorme tablero de ajedrez con anchas avenidas, donde habitan nueve millones, pero es muy fácil orientarse. Pese al inmenso tráfico, no tuve la sensación de hacinamiento que se experimenta en Londres, París o la propia New York, pues hay muchos espacios abiertos entre los edificios. La nueva Olimpia tiene además paralelos con otras macro-ciudades. Igual que en Ciudad México, los taxis son Volkswagen, y como en la capital azteca, la contaminaron del aire es tan fuerte que abundan las enfermedades en las vías respiratorias entre los capitalinos. China ha logrado su increíble desarrollo económico de espaldas al medio ambiente, por eso ha cosechado elevados índices de crecimiento, pero también de contaminación del suelo, el aire y las aguas. Sin embargo, no solamente el smog empaña la imagen de la Olimpia asiática. Las hileras de recientes rascacielos de bancos y empresas transnacionales junto a las amplias avenidas dejan una imagen de prosperidad y progreso. No importa que para lograrlo cientos de miles se haya quedado en la calle sin una indemnización adecuada y que se lograra el espacio constructivo a costa de barrer enteros decenas de Hutongs, los barrios tradicionales chinos con sus callejuelas estrechas y casas pintorescas. Más de un propietario ha perdido su patrimonio bajo las nuevas estructuras de concreto y cristal. Además, basta adentrarse por una de las calles laterales, para ir de la mano de la miseria a la sombra de las rimbombantes construcciones. El Centro de Prensa, mi edificio preferido con su techo en forma de llama al viento y su pantalla gigante junto al Parque Olímpico, apenas ofrece acceso a Internet, la cual en China es censurada. Así los periodistas de la Deutsche Welle alemana o de la BBC de Londres se sorprendieron de que no pueden acceder a sus propias páginas desde el ultramoderno centro de información. El aire de libertad se ve enrarecido por la fuerte presencia policial y militar en todos lados. Uno se siente constantemente vigilado y controlado durante el recorrido. Nuestros guías nos explicaban todo con verdades a medias, pues cualquier crítica al gobierno es tabú absoluto. Pese a que sobre muchas estrellas del deporte chino pesan fuertes sospechas de doping, han recibido jugosos contratos publicitarios en vísperas de las olimpiadas. Lui Xian, el recordista y campeón mundial de 110 metros planos con obstáculos y Yao Ming, un baloncestista dos veces más alto que un chino promedio, habitaban permanentemente en la propaganda oficial de los juegos, y, al mismo tiempo, en los anuncios de la Coca Cola y otras grandes empresas. Era imposible no ver las proclamas que se repetían en las vallas de las autopistas, a lo largo de las avenidas, en los centros comerciales o en gigantescas pantallas de TV, que aparecían lo mismo en el aeropuerto que en la zona peatonal o en los edificios públicos, pues los juegos son la plataforma ideal tanto para la propaganda ideológica, como para la publicidad comercial. Por un lado florecía el Big Bussines publicitario de las transnacionales, el negocio en grande que alcanza sumas ?olímpicas? para los patrocinadores. Por otro el gobierno utilizaba los juegos para elevar el orgullo nacional y el papel dirigente del PCCh. En medio de estas dos tendencias, proliferaba la corrupción, sobre la que nadie habla, pero todos participan, incluyendo nuestros guías, los cuales ganaban más dinero ?sugiriéndonos? comprar en determinados establecimientos, a los cuales no llevaban forzosamente dentro del recorrido, que enseñándonos el país. Trataban de vendernos los más impensables artículos, siempre y cuando tuvieran estampado el logotipo de los juegos. Las tiendas de suvenires hacían su zafra del siglo. Era preferible comprarles a los vendedores callejeros que ofrecían la misma mercancía por la décima parte del precio. Esa combinación de turbo-capitalismo con partido comunista y arquitectura ultramoderna con tradiciones asiáticas, hace de las Olimpiadas de Beijín algo muy distinto a todo lo visto hasta ahora. Algo me quedaba muy claro mientras contemplaba las siluetas de la nueva Olimpia: estos juegos iban a ser únicos.

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