Sí, ya sé que hay muchos rincones entrañables a lo largo de nuestra geografía española que pasan desapercibidos, salvo para los que les une a ellos algún afecto especial por determinadas circunstancias. Es el caso de mi relación con este pueblo, en el que pasé los mejores años: mi infancia. Aunque no lo visite, siempre estará en mi recuerdo. Es un referente especial. Allí están enterrados mi padre, que murió a los 25 años y al que no llegué a conocer y algunos de mis abuelos.
La carretera, bordeada de plataneros que se abrazan, proporcionando sombra en los paseos de las tardes de verano, está vigilada de cerca por el castillo en lo alto del monte, que se dice fue morada de Almanzor, arropado y defendido también por tomillos, romeros y alguna que otra aliaga, por si acaso...
Destacan su fábrica de calzado y la agricultura. Es un vergel que acaricia la vista. Os recomiendo sus cerezas. Y no me puedo olvidar de las acerolas, unos frutos redondos, mano de santo cuando la barriga tiene cantos de grillos y le da por ir ligera. ¿Alguien sabe lo que son las acederas? Pues se crían en los ribazos y en ensalada, sólo con aceite de oliva y sal, están muy ricas. Por otro lado, ¡cuántos caracoles he cogido, después de la lluvia!. Melocotones, almendros y toda clase de frutas visten con lujo al pueblo.
Ahora ya ha desaparecido, pero había un lavadero a donde iban las mujeres a lavar la ropa que, por cierto, también se lavaba en el río y se dejaba a secar al sol sobre las piedras o en juncos y arbustos. Las lavadoras sólo estaban en las casas de los de la ciudad, lo mismo que los frigoríficos. En el pueblo nos conformábamos con las fresqueras.
¡Hay tantas cosas hermosas y dignas de conocer en Morés?!
Fui a la escuela de párvulos con la maestra, Doña Leonor (entonces los maestros eran mucho más respetadas que ahora y poníamos siempre delante del nombre el Don o el Doña). Como no soy ninguna niña, (pero tampoco vieja, ¡ehhh!) y quizá sea desconocido para algunos jóvenes de hoy, diré que en la escuela estábamos separados los chicos de las chicas, pero en la misma clase. Competíamos por ganarnos el puesto de ser los mejores, de estar en la primera mesa. Era todo un reto que nos daba motivación. Visto así, se puede intuir la posibilidad de favoritismos hacia alguno de los alumnos, pero os puedo asegurar que hacía que estudiáramos más. Era un orgullo poder decir: estoy la primera o el primero.
Nunca tuve bicicleta, a pesar de que mi tío fue un buen ciclista, pero disfruté de la bici con él y de la moto. Volábamos o yo creía que lo hacíamos, ya que íbamos demasiado deprisa. Y, presumida, me sentía como una princesa. El aire, por la velocidad (comparada con las que se cogen ahora, irrisoria), me hacía echar las cortinas, es decir, cerrar los ojos y casi me cortaba la respiración.
Otro tío, hermano del anterior, me enseñó a pescar barbos, bastante prolijos en el río Jalón. Íbamos a coger gusanos que luego los poníamos como cebo.
En la mayoría de las casas, la economía no era buena. Y había que buscar recursos en la naturaleza.
Allí me enamoré por primera vez y tengo a una de mis mejores amigas, de las que han sabido comprender mis silencios respetándolos. De las que quedan pocas hoy en día.
De Morés han salido personajes ilustres, como D. Faustino Sancho y Gil, republicano, Doctor en Derecho y en Filosofía y Letras y miembro de la Academia de Legislación y Jurisprudencia de Madrid. Se destacó como orador y escritor.
Como algo curioso os diré que uno de mis tíos vive en una casa que anteriormente fue una era y en ella, con las monedas que toda la gente aportó, se fundieron las campanas que hoy están en el campanario de la iglesia.
Ahora, en esta última semana de Mayo, se celebran las fiestas. Concretamente el día 30, es San Félix, (Papa), cuyo pontificado se sitúa entre los siglos 269-374, aunque no se concreta muy bien . Por esas cosas que tiene la vida, su reliquia llegó a Morés y los moresanos lo han tenido como patrono desde no sé sabe cuántos años. Hay una ermita pequeñita a su advocación y se le tiene gran devoción.
Tuve el honor de que me eligieran para hacer un año el pregón de sus fiestas y otro, la presentación de reinas. También me acogió el pueblo en la publicación de mi libro.
Entiendo que para cada uno de nosotros, remontarnos a nuestra infancia es agradable o no, dependiendo de cómo haya transcurrido ésta. La mía la pasé en Morés.
Son recuerdos que todos tenemos y éstos, éstos vividos por mí, no son más importantes que los de cualquiera de vosotros, pero sí de mi propiedad. Hoy os pido permiso y, haciendo una regresión, escribe la niña que hay en mi interior. Allí me enamoré por primera vez y soñé.
¡Dejadme, por favor, los sueños!