Los trámites para ingresar en el Preventorio del Doctor Murillo (Guadarrama) eran lentos, y en ocasiones se precisaban incluso influencias de falangistas para poder entrar. Como en tantos otros centros franquistas, se hablaba de internas, no de alumnas, puesto que no se impartía formación concreta de ningún tipo. A él acudían niñas de siete a doce años (aunque también las había de 5, 16 y 17) sin período definido de estancia, y aunque en su mayoría se trataba de hijas de familias desfavorecidas, tampoco ese concepto es generalizable, puesto que no estaba estipulado como tal, sino con la intención de prevenir el desarrollo o contracción de enfermedades contagiosas.
Todas salían de un lugar situado en la calle Andrés Mellado, y eran conducidas en grupo hasta la Sierra de Guadarrama.
Al llegar se les cortaba el pelo, eran despojadas de sus ropas y les entregaba un delantal junto con alpargatas de esparto que se ataban con cintas. De inmediato las rociaban con unos polvos blancos por todo el cuerpo, dejando una toalla en la cabeza durante la primera noche.
Eran abofeteadas por cualquier motivo: Hacer mal la cama, llorar, acordarse de sus padres,dejar comida en el plato o hablar durante la siesta. Si alguna se meaba en la cama, las cuidadoras (Sección Femenina) les acercaban una cerilla al trasero hasta quemarlas. Durante la noche, se las despertaba para ir al lavabo, tuvieran ganas o no. El papel higiénico estaba racionado y las horas para liberar esfínteres también: Es más, se contaba hasta tres, y en ese espacio había que evacuar, sólido o líquido, sin contar con la libertad mínima de acudir al servicio cuando se lo pedía el cuerpo. Muchas caían enfermas por cortes de digestión, falta de descanso, desórdenes alimenticios de origen psicosomático o taponamiento intestinal. Los castigos también llegaron a generar insolaciones cuando dejaban a las niñas expuestas al exterior durante horas en verano.
Las pinchaban día sí y día no, justificándolo como vacunas. Algunas ex internas recuerdan que les salió vello en los brazos, y tienen sus serias dudas de haber sido utilizadas como conejillos de indias.
Se duchaban un día a la semana. Completamente desnudas, las ponían en fila, tiritando de frío, bajo un escenario humillante. Todas se tapaban los pechos y el pubis, incluso las más pequeñas. Una cuidadora o bien alguna de las internas mayores, las frotaba con un estropajo y jabón lagarto bajo el chorro de agua helada. Contaban hasta diez, y no había más tiempo. Acto seguido, se secaban todas con la misma toalla.
Una ex interna recuerda el siguiente episodio:
?...Para mí lo peor era el miedo generalizado, el silencio al que yo me autosemití (y nos sometían) para ser lo más invisible posible. De todos modos, muchas noches vi en la oscuridad cómo pegaban a una niña y se la llevaban a rastras desde su cama entre la cuidadora y dos niñas gemelas que eran las jefas de mi dormitorio. Siempre se llevaban a la misma niña, y esta niña se pasaba los dias llorando. Tenía el sueño flojo, además allí dormía poquísimo, pasaba las noches en vela, y me enteraba de todo. Siempre me he quedado con la pena por saber qué sucedía con esa niña y qué habrá sido de ella; si alguna vez la vida me diese la ocasión de hablar con ella se me quitaría una pena del corazón, pero no se cómo se llamaba. También vi cómo a una niña la castigaban por haber robado algo cubriéndole con cera de una vela, gota a gota, las manos; lo hicieron a la vista de todas y además nos llamaron para que fuésemos a presenciarlo cuando estábamos en las salas de la planta baja todas sueltas por allí?.
La comida era repugnante. Resultaba habitual encontrar gusanos paseándose entre el arroz o las lentejas. Durante la merienda, colocaban dos grandes sacos en el suelo : Uno de ellos con pan duro, y el otro con trozos de membrillo o chorizo, que en ocasiones también se encontraba agusanado. Aquellas que vomitaban, eran obligadas a comer su propio vómito delante de todas las demás, a modo de castigo-ejemplo castrador.
Las cartas que escribían a sus familiares, eran leídas por las cuidadoras, que tachaban todo aquello referente a los métodos del centro. Muchas de aquellas cartas nunca llegarían a su destino, puesto que se las rompían.
Los testimonios no varían con el paso de los años: De 1940 a 1975, idénticos métodos, maltrato psíquico y físico, mala alimentación, pinchazos constantes, duchas frías...
Permaneció en activo desde 1940 hasta 1975. Se cerró tras la muerte del dictador, y actualmente es una residencia de ancianos.
No es suficiente compartir el horror. El desconocimiento público de semejante campo de concentración absolutamente Hitleriano, constituye un agravio de por sí. Excepto los testimonios en foros y una página de facebook creada para tal efecto, no se encuentra artículo, tesis, trabajo o investigación sobre la memoria histórica que mencione al Preventorio del Doctor Murillo. Sólo las afectadas hablan. Miles de niñas que provenían de toda la geografía española, padecieron semejante infierno. Años más tarde, algunas intentaron denunciar, pero no se hizo posible. Vivieron muertas de miedo y deseando no despertar por la mañana, hora en que una cuidadora les metía la cabeza en el agua, sus manos en las orejas, rascando como animales, para después pasar a un desayuno asqueroso en el que la leche en polvo provocaba arcadas.
Nadie ha sido juzgado por ello. ¿Dónde están esas cuidadoras?...¿Quién designó los métodos?
¿Qué eran esos pinchazos constantes?...¿Dónde están los informes médicos?...Las señoritas de la Sección Femenina se paseaban por los colegios dando maravillosas charlas sobre ese Preventorio, como si de un privilegio se tratara poder pasar una temporada en él, respirando aire puro y jugando al diábolo. Pero ninguna de todas aquellas criaturas ha podido olvidar lo que les hicieron. No lo olvidemos nosotros. Aquel que olvida la historia, está condenado a repetirla.