Mar Muerto

Agua Viva y Agua Muerta. Me siento como una tinaja de arcilla que acaba de entrar al horno. El aire seco y caliente del lugar hace que la humedad sobre mi piel se evapore a ojos vistas. En realidad la comparación con la vasija no es exagerada, porque tengo todo el cuerpo cubierto de barro, solo que no es la masa terracota que usa el alfarero. Es un fango oscuro,  fino y pestilente por su alto contenido de azufre y potasio, que se va endureciendo por minutos para tomar un color gris ceniza. Dicen que ese barro es muy saludable para la piel. En medio de esta evaporación acelerada parezco una estatua de yeso y solo atino a retocarme en algunas partes con esa masa oscura que acabamos de recoger a la orilla de uno de los lugares más increíbles de este planeta: el Mar Muerto.

Viajar | 10 de marzo de 2012
Israel Benavides

Ya habíamos nadado en él, aunque más que nadar era flotar, porque aquí la natación es imposible. Por la gran salinidad de sus aguas no es recomendable, bajo ningún concepto, el sumergirse por completo. Las altas concentraciones de minerales en el líquido pueden dañar no solo los ojos, sino también los oídos y las fosas nasales. No sentí que flotaba en agua, sino en un fluido viscoso, muy similar al aceite. Por ello aquí las olas son suaves y las orillas tranquilas. En el punto más bajo del planeta ( 416,6 m bajo el nivel del mar) es tan pesado el líquido, que me empuja para arriba como si estuviera en un colchón de plumas. Puedo sacar ambos antebrazos, la cabeza e incluso media pierna sin dejar de flotar.

Estamos en el mar -que en realidad es apenas un lago interior- más salado del mundo, tanto que no crecen plantas ni animales en sus aguas. Por eso lleva el nombre de "muerto". Sin embargo ofrece todo un universo inorgánico de sales, sulfuros y estalactitas caprichosas en sus orillas formadas por los cuarzos que dejan las aguas al evaporarse.  Rodeado de desiertos, tiene unos 76 km de largo de norte a sur y un ancho máximo de unos 16 km , y ocupa una depresión tectónica entre Israel y Jordania.

Es tan elevado el ritmo de evaporación este lago interior, que las aguas de Río Jordan que desembocan en él no dan abasto para mantenerlo. Cada día el nivel del agua llega a bajar 25 milímetros , un retroceso dramático que lo hará desaparecer pronto. Por eso el gobierno israelí proyecta el atrevido plan de construir un canal de agua salada desde el Mediterráneo para lograr la paradoja de evitar que muera el Mar Muerto.

Luego de quitarnos el barro con la propia agua salada, nos enjuagamos en fuentes naturales de arroyuelos que desembocan en la comarca. Ellos son los que arrastran su abundante carga inorgánica desde la montaña y hacen que este sea uno de los lugares mas prodigiosos de la tierra en cuanto a minerales se refiere, aunque el clima calcinante le cierre las puertas al mundo vegetal y animal.

Apenas unos 80 kilómetros al norte, y compartiendo la misma depresión tectónica, me pude sumergir en un universo completamente opuesto. Si alguna vez existió el Jardín del Edén, debe haber sido como este lugar. Aquí el agua es dulce, la vegetación exuberante y los peces tan abundantes que el oficio de pescador ya se practicaba en tiempos bíblicos.

El contraste con el Mar Muerto no puede ser mayor. Aquí las lluvias son abundantes, el clima agradable y la vida florece a cada paso. Semejante disparidad solo es posible en Tierra Santa, el país del mundo con más paisajes por metro cuadrado que yo haya visto jamás. Aquí la playa y la montaña, la pradera y el desierto, el agua viva y el agua muerta conviven codo con codo. Cada curva del camino es otro mundo, cada valle un microclima.

Estamos en el Lago de Galilea, donde, según la Biblia, Jesús Cristo hizo el milagro de multiplicar los panes y los peces. Junto al azul deslumbrante del lago, en la localidad de Tagbna, una iglesia atesora el viejo mosaico con dos peces representados para recordar ese milagro bíblico. Hasta este templo vienen cada día cientos de visitantes. A tiro de piedra religiosos alemanes han levantado un monasterio-hotel desde el cual se disfruta de una privilegiada vista del lago entre una exuberante vegetación. Recorrer este lugar de leyendas es tener la sensación de ir paseando por la Biblia en este estado israelí de apenas 60 años, pero que ya cuenta con tres milenios de historia.

También junto al lago de Galilea se alza la milenaria ciudad de Tiberíades, lugar favorito de veraneo de los propios israelíes, donde las ruinas de los baños romanos son mudos testigos del esplendor alcanzado milenios atrás en estas fértiles tierras.

No lejos del Mar de Galilea también visitamos la ciudad de Nazaret. Allí se encuentra la iglesia y las catacumbas donde se dice Jesús Cristo vivió su infancia y juventud. Circulan tantas versiones y rumores sobre estos años imprecisos de la vida de Jesús, que merecen un capítulo aparte. Aquí existen tres iglesias, cada una sobre los cimientos agrandados de la anterior, que recuerdan el lugar donde debió haber vivido la Sagrada Familia. Sean o no verídicas cada una de estas versiones, lo cierto es que más de un hábil comerciante ha amasado aquí cuantiosas fortunas con el comercio de reliquias.

Por su parte el Mar Muerto no se queda atrás en cuanto a lugares históricos se refiere. No lejos de sus costas se alza la legendaria la fortaleza de Masada, símbolo milenario de la resistencia judía frente al Impero Romano. Luego de haber quemado y destruido el Segundo Templo de Jerusalén, las tropas romanas de Tito se concentraron en sitiar la fortaleza de Masada, un complejo de palacios que Herodes había hecho construir en lo alto de una montaña sobre el Mar Muerto. Tras un largo asedio los romanos pudieron tomar el último reducto judío solo porque los romanos usaron a los propios prisioneros judíos para construir las rampas de ataques. Sin embargo la victoria romana fue pírrica pues los judíos prefirieron suicidarse antes de entregarse con vida a los romanos.

No obstante, lo más trascendental de este lugar fue el descubrimiento de los llamados Papiros del Mar Muerto (aunque en realidad son pergaminos) o Rollos de Qumrán a mediados del siglo XX. Este ha sido uno de los grandes hallazgos arqueológicos en la historia de la humanidad. Esta colección de casi 800 escritos en hebreo y arameo datados entre 250 a . C. y 66 d. C.  abarcan un periodo de 300 años de historia judía, cristiana y romana. Fueron escritos por los esenios, una secta judía que vivía en Qumrán retirada del resto del mundo y dedicada solo al culto. Los religiosos tuvieron el cuidado de guardar una transcripción de las antiguas escrituras bíblicas en rollos que fueron depositados en ánforas de barro y guardadas en once grutas en los alrededores del Mar Muerto. Gracias al clima tan seco, estos documentos invalorables se conservaron en perfecto estado, hasta que fueron descubiertos en 1947 por pura casualidad por un beduino que andaba persiguiendo sus cabras. Se dice que el beduino hasta utilizó algunos de los papiros para calentarse en la hoguera y vendió el resto a un anticuario en Belén sin saber que eran documentos valiosísimos para estudiar detalladamente no solo la historia de la región en ese periodo de tiempo, sino la relación entre el cristianismo primitivo y los israelitas. Estos documentos provocaron la "Revolución Bíblica" y hasta el día de hoy no cesan las disputas entre las interpretaciones de los eruditos.

Los originales de este manuscrito "El libro del libro" se exponen hoy en el Museo Nacional de Israel en una sala creada al efecto en forma de un rodillo que va desenrollando un pergamino. Allí pude ver esas escrituras milenarias con una intensa mezcla de curiosidad y respeto. Curiosidad, porque aún no se han podido descifrar en toda su extensión y los expertos trabajan febrilmente en ello. Respeto, porque sea o no verídico todo lo allí escrito, algo sí queda claro: la Biblia es uno de los libros que más ha influido en el desarrollo de la humanidad. Sin ella, para bien o para mal, es impensable narrar el curso de la historia. Por eso estos pergaminos encontrados a orillas del Mar Muerto proveen una importantísima fuente primaria para la teología, la historia y la arqueología.

Al caer la tarde tropezamos con algo no tan espiritual, pero no menos espectacular. Nos encontramos con una comunidad de hippies que vive a orillas el Mar Muerto nada menos que junto a un puesto fronterizo israelí en la discutida frontera con la Cisjordania Palestina. ¡Si me lo cuentan, no lo hubiese creído! Era algo demasiado inverosímil para ser real. Mientas los visitantes se bañan en este lago medicinal, a menos de 200 metros de la costa los hippies viven semidesnudos, se bañan en las los arroyuelos naturales de la comarca, duermen en casas de campaña y hacen sus necesidades al aire libre. Cien metros más arriba, en la ladera de la montaña, los soldados israelíes controlan, metralleta en mano, el paso por la carretera que bordea el Mar Muerto.

Entonces comprendí que puede ser que muera el Mar Muerto, pero lo que nunca van a morir son sus historias.

Junio 2012


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